Parece que hace poco que el movimiento Slow aparece en las revistas de tendencias y en las propuestas de consumo de todo el mundo pero, a diferencia de lo que muchos piensan, no se trata de una corriente cultural recién nacida. Según parece dio sus primeros pasos ya bajo distintas formas desde la Revolución Industrial y tuvo su origen oficial en 1986 con la apertura de una tienda de comida rápida en la Piazza di Spagna de Roma.
Cuando el periodista Carlo Petrini se enteró de la noticia, se le rompió el alma. Se indignó tanto que inició una cruzada para recuperar el control del tiempo y el estilo de vida equilibrado. Una cruzada que culminó con la creación de la organización Slow Food.
Esta organización se interesaba en la defensa de la buena alimentación, los placeres del buen comer y un ritmo de vida sosegado, y fue ampliando sus objetivos hacia la calidad de vida en general. Mientras, otras iniciativas Slow empezaban a extenderse por Australia y Japón, dando lugar a un movimiento global.
En los años noventa, la democratización de Internet y el auge de los teléfonos móviles le dieron más sentido a este enfrentamiento de tendencias: cada vez era más lógica la lucha por saborear la vida de manera tranquila. La globalización, la aparición de las redes sociales y la crisis mundial han seguido potenciándolo, y lo han convertido en una filosofía a seguir por millones y millones de personas en todo el mundo.